Había feria en el pueblo, regocijo en las casas y en las calles, todos salían a pasear y divertirse
a ver lo nuevo que exhibían aquí y allá en los andadores de la pequeña plaza cubierta de árboles y rodeada de caballos, carretas y carretones, de todos los que venían a vender sus productos.
Era el año de 1870
un hombre sudoroso llegó con su carga de huacales de frutas: naranjas, peras e higos
deseaba regresarse a su lugar de origen, pues no era de por aquí.
Seguro, se instaló en la plaza, pero las autoridades le cobraron el derecho de piso y al negarse éste, fue obligado a abandonar el sitio.
Decepcionado se regresó y se encaminó hacia el Barrio de El Alto
rumiaba sus amarguras a la par que acomodaba sus huacales en la esquina de las hoy calles de Juárez y Porfirio Díaz. Viendo la escena, el dueño del tendajo, Blas Salazar, le pregunto:
¿Qué le pasa, señor?
Las autoridades me corrieron de la plaza y no me permitieron vender mi fruta
Respondió con tristeza.
El señor Blas, para consolarlo, le propuso:
Póngase aquí, en la banqueta. Aquí venda sus frutas.
Así lo hizo el vendedor de frutas y empezó a disponer sus productos, cuando de nuevo los policías fueron a impedirle su desempeño, aclarándole por qué no podía hacerlo.
Sale Blas Salazar, dueño del tendajo y le dice:
¡No!. Aquí es mi casa se puede quedar a vender. Vayan ustedes y díganle a la autoridad que estoy en justicia y que sus órdenes no son correctas.
De inmediato se devolvieron aquellos oficiales y el ambiente se fue poniendo tenso, pues a los pocos minutos regresaron los policías, ahora acompañados del comandante
entonces el señor Blas exasperado dispara y ahí mismo caen muertos dos policías
La tragedia había comenzado
en toda la aldea se oyeron los disparos y la feria quedó en suspenso
el hombre de los huacales, asustado, se perdió en esa tarde de temores.
El señor Blas Salazar salió corriendo de su casa y tomó rumbo al norte
se dirigió a los montes del Charco Girón y hacia allá la policía le siguió
hubo más disparos y al poco tiempo otros dos policías caían muertos
se hizo de noche.
Los lamentos en el pueblo iban en aumento
aprovechando la obscuridad, Blas Salazar, agitado, atormentado y desesperado, dirigió a la casa de un amigo por la calle Real, hoy calle de Hidalgo, donde él confiaba poder quedarse y pasar la noche, además de que sabía que dicha persona contaba con parque para su carabina
así lo hizo
pasando la media noche la policía se dio cuenta y rodeó el jacal
nutrida balacera empezó de nuevo
en el tiroteo caen otros tres policías; la situación se hizo trágica por completo.
Las autoridades recordaron que aquel comerciante, muy conocido en el pueblo, tenía un amigo personal llamado José María Ríos y fueron por él para que tratara de convencerlo y no hiciera más resistencia de tan fatales consecuencias
el señor Ríos aceptó tan difícil encargo, se acercó al jacal esperando que el amigo aún en esas condiciones le escuchase. Le habló:
¡Entrégate, Blas. Ya no hagas más daños!
Como respuesta, tras la puerta del jacal se oyeron los disparos y estos mataron al amigo que suplicaba rendición
quizás sin saber que era él o quizás enloquecido por completo ya sin razonamiento alguno.
Las autoridades tomaron una decisión: Rodear toda el área y prenderle fuego al jacal. Así se hizo por la mañana. La llamas lo envolvieron todo al rato Blas Salazar, como saeta empapado de agua por un baño que se había arrojado sobre sí mismo, sale huyendo hacia el patio, disparando sin cesar
alguien más cae en la acequia y al tratar de brincar una cerca, ahí es liquidado en el último intento de escapar. Los finales balazos se escucharon esa mañana a la par que las llamas consumían todo el jacal y un manto de dolor envolvió al pueblo.
Todo sucedió por una peseta
una peseta que era el derecho de piso que se cobraba y que aquel hombre de los huacales de frutas no podía o no quiso pagar
todo sucedió por la voluntad de Blas Salazar, de querer ayudar al pequeño comerciante
y todo sucedió por el empeño de las autoridades, de cumplir con una orden.
Todo se convirtió así en una colectiva tragedia en aquel año de 1870.
La lección de este hecho es permanente
es la lección de la ausencia de la compresión, de la mesura, la ponderación, la equidad y la paz. Valores que deben de integrar lo mejor del corazón y que siempre deben de estar en ese lugar
todos los días de la vida sea de feria o de trabajo
La tragedia de la peseta sólo se recuerda para, entre todos, reflexionar
para saber perdonar y saber así ser buenos.
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